domingo, 8 de diciembre de 2013

Un Romeo y Julieta sin pasión

Cartel anunciador del Ballet Nacional de Cuba

 En este pasado mes de noviembre renové mis ganas de asistir al teatro después de un muy fallido Cascanueces por la compañía Russian National Ballet, y me arriesgué con el Ballet Nacional de Cuba y su Romeo y Julieta.
Para ser exactos el ballet se llamaba Shakespeare y sus máscaras, aunque queda especificado en el programa el título auténtico de la obra del autor inglés. Y yo me pregunto “¿Por qué le cambian el título a la obra si finalmente lo ponen también en el programa?”. Por cierto, si una quiere conocer los nombres de los intérpretes se tiene que buscar en internet porque no aparecen en el folleto que reparten.
No es mi intención extenderme demasiado por lo que iré al grano, aunque creo que me permitiré expresarme sin tapujos, perdóneme el lector por este arrojo. Afortunadamente la obra no era muy larga en cuanto a duración se refiere (esto es un halago), puesto que se me hizo pesada y llegó un punto en el que pensaba “que se mueran ya por favor, que me aburro”.
La coreografía, a cargo de la afamada Alicia Alonso, era simple y aburrida en ocasiones, enrevesada sin sentido en otras, sin apenas gracia, especialmente en los pasos a dos. Después de tener en la retina algunas versiones fantásticas como la de Kenneth MacMillan (que no la de Goyo Montero) pues sinceramente se queda a la altura del betún. Varias escenas recordaban a fiestas populares, con elementos y personajes circenses: más bien parecía un Romeo y Julieta del proletariado que una historia de personajes de abolengo.
 No llego a comprender cómo una personalidad de su nivel (la señora Alonso) permitió que se confeccionaran tales trajes para los bailarines. Los terciopelos abundaban y el colorido era más bien pastel (muchos ocres), pero un auténtico engorro para los bailarines que no paraban de pisarse unas capas demasiado largas y pesadas y para las bailarinas, con unos trajes también en exceso largos con los que se tropezaron varias veces a pesar de los movimientos para apartarlos y poder bailar. ¡No le conseguimos ver las piernas a Julieta!: su traje era largo y opaco, más bien parecía una túnica ibicenca. Una Julieta sin apenas protagonismo y sin demasiado tirón ni siquiera al final.
Dirigiendo las escenas, un vendedor de máscaras que cumple con su función con holgura. Reseñar el papel predominante de los hombres que demostraron también más desenvoltura en la técnica y la interpretación, aunque bien es verdad que tampoco se le dio demasiada opción a las mujeres de hacer lo propio. Romeo estuvo muy correcto y mostró sus habilidades técnicas con solvencia: buenos giros y un precioso arabesque.
La música de Gounod no posee el dramatismo y la efectividad de Prokofiev para narrar esta historia, pero quizás fuera tan solo la selección de dichas piezas.
Para finalizar: una obra muy descafeinada, con poca o casi ninguna pasión, que deja un poco indiferente a la salida del teatro.

Pero no pierdo la esperanza, queridos lectores, de que algunos programadores de este país realicen sus elecciones con algo más de criterio. Tampoco de ver, en algún momento, una obra que me emocione y me haga sentir, de nuevo, lo maravilloso que es mundo de la danza.