Cartel anunciador del Ballet Nacional de Cuba |
En este pasado mes de
noviembre renové mis ganas de asistir al teatro después de un muy fallido Cascanueces por la compañía Russian
National Ballet, y me arriesgué con el Ballet Nacional de Cuba y su Romeo y Julieta.
Para ser exactos el
ballet se llamaba Shakespeare y sus
máscaras, aunque queda especificado en el programa el título auténtico de
la obra del autor inglés. Y yo me pregunto “¿Por qué le cambian el título a la
obra si finalmente lo ponen también en el programa?”. Por cierto, si una quiere
conocer los nombres de los intérpretes se tiene que buscar en internet porque
no aparecen en el folleto que reparten.
No es mi intención
extenderme demasiado por lo que iré al grano, aunque creo que me permitiré
expresarme sin tapujos, perdóneme el lector por este arrojo. Afortunadamente la
obra no era muy larga en cuanto a duración se refiere (esto es un halago),
puesto que se me hizo pesada y llegó un punto en el que pensaba “que se mueran
ya por favor, que me aburro”.
La coreografía, a cargo de
la afamada Alicia Alonso, era simple y aburrida en ocasiones, enrevesada sin
sentido en otras, sin apenas gracia, especialmente en los pasos a dos. Después de
tener en la retina algunas versiones fantásticas como la de Kenneth MacMillan
(que no la de Goyo Montero) pues sinceramente se queda a la altura del betún.
Varias escenas recordaban a fiestas populares, con elementos y personajes
circenses: más bien parecía un Romeo y Julieta del proletariado que una
historia de personajes de abolengo.
No llego a comprender cómo una personalidad de
su nivel (la señora Alonso) permitió que se confeccionaran tales trajes para
los bailarines. Los terciopelos abundaban y el colorido era más bien pastel
(muchos ocres), pero un auténtico engorro para los bailarines que no paraban de
pisarse unas capas demasiado largas y pesadas y para las bailarinas, con unos
trajes también en exceso largos con los que se tropezaron varias veces a pesar
de los movimientos para apartarlos y poder bailar. ¡No le conseguimos ver las
piernas a Julieta!: su traje era largo y opaco, más bien parecía una túnica ibicenca.
Una Julieta sin apenas protagonismo y sin demasiado tirón ni siquiera al final.
Dirigiendo las escenas, un
vendedor de máscaras que cumple con su función con holgura. Reseñar el papel
predominante de los hombres que demostraron también más desenvoltura en la
técnica y la interpretación, aunque bien es verdad que tampoco se le dio
demasiada opción a las mujeres de hacer lo propio. Romeo estuvo muy correcto y
mostró sus habilidades técnicas con solvencia: buenos giros y un precioso
arabesque.
La música de Gounod no posee
el dramatismo y la efectividad de Prokofiev para narrar esta historia, pero
quizás fuera tan solo la selección de dichas piezas.
Para finalizar: una obra muy
descafeinada, con poca o casi ninguna pasión, que deja un poco indiferente a la
salida del teatro.
Pero no pierdo la esperanza,
queridos lectores, de que algunos programadores de este país realicen sus
elecciones con algo más de criterio. Tampoco de ver, en algún momento, una obra
que me emocione y me haga sentir, de nuevo, lo maravilloso que es mundo de la
danza.
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