viernes, 29 de octubre de 2021

“Marie Antoinette” por el Malandain Ballet Biarritz

 Teatro Principal de Alicante, 26 de octubre de 2021


                Asistir al teatro para ver danza en Alicante es una rareza que debemos disfrutar; pero si, además, podemos conocer de primera mano a esta compañía francesa, se convierte en una celebración.

                El programa de la Malandain Ballet Biarritz nos resulta sorprendente, una obra sobre la controvertida figura de Marie Antoinette, que acabó decapitada por designios del pueblo francés. La pieza transcurre, a través de catorce escenas, por los años que la monarca vivió en Versalles con un recorrido que simula un día o, incluso una vida, a través de la bellísima música de Joseph Haydn y sus sinfonías nº 6 “Le Matin”, nº 7 “Le Midi” y nº 8 “Le Soir”. La información que podemos recopilar de la página web del Teatro Principal se corresponde con las líneas anteriores, sin más detalles ni pistas. No debería ser necesario tener que leer una sinopsis para entender la obra en líneas generales, y con esta en concreto, no era imprescindible. Además en este tiempo de post covid parece que los programas han desaparecido y debemos remitirnos a la información de internet. Pero hemos de añadir que, para esta obra, hubiese sido necesario leer algunas palabras sobre la interpretación, porque, aun siendo conocedores de la historia, la línea argumental se pierde por momentos y nos preguntamos quién es tal o cual personaje que interpreta un solo o un dúo y que aparece de la nada. Los detalles, que sí son importantes para sumar complejidad y belleza, se pierden por momentos en este ballet, donde la gestualidad entre los personajes es escasa y todo se expresa con el movimiento.

                En lo que concierne a la interpretación de la música, Malandain se presenta como un gran conocedor de la misma, de los detalles de los instrumentos y de las líneas de acompañamiento que se muestran a través de los movimientos de los bailarines. Su escucha de Haydn es atenta y delicada, lo que convierte al ballet en una pieza bien trabajada. Sin embargo la coreografía, que por momentos simula, con éxito, la danza de corte de la época, parece compuesta para una compañía de jóvenes o de estudiantes avanzados. Entendemos que cada coreógrafo tiene su estilo, sus particularidades expresivas a través del movimiento, mas esta obra, a pesar de mostrar homogeneidad en el conjunto se presenta demasiado simple. Es cierto que encasillar los estilos supone limitar; pero también que nos da una idea de qué estamos viendo. La coreografía está realizada con media punta, pero no hay giros, no hay grandes saltos (algún grand jeté o pas de chat) ni batería ni uso del suelo de ningún tipo. Así que, si bien resulta complicado definirla en su estilo, que puede resultar el propio del coreógrafo, tampoco presenta complejidad de ejecución. Los pasos a dos apenas utilizan los portées, y los que hay no son de dificultad propia de bailarines profesionales y no resuelven la falta de palabra, esto es, no expresan con intensidad las emociones de los personajes. En ocasiones hemos tenido la sensación de que los dúos y solos están colocados para el cambio del vestuario del cuerpo de baile por lo insustanciales y lo poco que aportan al discurrir de la obra.

                Pero encontramos algunos puntos fuertes durante este ballet como por ejemplo la utilización de los objetos, bien traídos a escena, elaborados con coherencia y precisión; de hecho consideramos que son el mayor acierto de la misma y que su aparición, en ocasiones, nos despierta del tedio de algunos momentos que resultan monótonos. Con el uso de los abanicos, el coreógrafo da un guiño al espectáculo de Zizi Jeanmaire y su Mon truc en plumes, aunque dentro del tono de la obra. El resultado es bello, el uso de los abanicos en dorado le da majestuosidad al conjunto, están usados con delicadeza e ingenio. El mismo recurso, el abanico, pero esta vez en color negro, aparece al final de la pieza, anticipando el final del viaje placentero que ha disfrutado la reina. Los pañuelos, en la parte de la noche, empleados para el juego de la gallinita ciega, un juego infantil y también muy palaciego —recordemos el cuadro de Goya—aportan un toque de color y desenfado.

 

  
 
                                        
 
               También el uso de una madera en forma rectangular, al principio como mesa, después como cama para terminar empleándolo como una entrada a un teatro, un marco. Es bien conocido que los nobles disfrutaban de representaciones, muchas de ellas con temática mitológica. Y es este momento uno de los más brillantes de la pieza, según nuestra opinión. Se representa la historia de Medusa y Perseo, convirtiendo el teatro dentro del teatro en un juego o guiño para el espectador. Este fragmento del ballet es el más cuidado desde el punto de vista coreográfico, pues intenta emular, a través de sus cinco intérpretes, las posiciones bidimensionales de las vasijas griegas, con acierto; por momentos nos recordaba las fotografías de Nijinsky, de L’après midi d’un faune. Añadir, por último una escena tierna en la que un títere, en forma de niño, nos recuerda que la pareja real dedicaba una parte de su vida al cuidado de su descendencia.

                Quizás todos estos guiños culturales podrían haber estado especificados en el programa del teatro, aunque fuera en la web, pues no todo el mundo posee un bagaje como para aprehender estos detalles que enriquecen el ballet. Las razones por las cuales no se explicitan estos momentos no las tenemos y daría pie a muchos otros temas: accesibilidad de la danza a todos los públicos, educación para los más jóvenes o menos versados, elitismo… o simplemente olvido.

 

           
         
 
                Por otro lado la compañía, los bailarines, realizan con corrección y elegancia el papel que les corresponde; la ejecución es limpia y se percibe la implicación de todos en la obra que interpretan. Claire Lonchampt representa el papel de Marie Antoinette con sobriedad y elegancias propias de una reina; posee una bella línea en sus brazos y unos developpés a la segunda elongados y hermosos, de los que Malandain abusa, conocedor de estas cualidades.

              Como conclusión diríamos que la obra está cuidada en los detalles de vestuario, música, objetos empleados, pero no emociona, es más, en algunos momentos resulta plana y sin sustancia. El final algo abrupto, con el ruido de fondo de disparos y gritos es inteligente; Malandain lo resuelve con una recapitulación de los momentos más importantes de la obra, a modo de coda que aparece en muchos ballets clásicos (El cascanueces) o incluso modernos (Pina Bausch en Vollmond); mas carece de la pulsión, de la violencia y el drama que debieron suponer para los cortesanos la pérdida no solo de sus bienes sino también de sus vidas.

 

Web de la compañía 

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