domingo, 10 de mayo de 2020

Danza: realidades como puños


Ahora, que la danza ha sido tan loada por unos y por otros; más visionada que nunca por gente que no ha asistido a una representación en el teatro en su vida; tan compartida en las redes incluso por los propios profesionales que jamás comparten el material que no sea suyo; tan admirada por los timoratos que se escandalizan a la mínima; ahora, qué.

No nos engañemos, seguimos siendo el pariente pobre de las artes, la gran olvidada de la educación, la menospreciada de la sociedad (¿Bailas?, ¿pero a qué te dedicas de verdad?). Y no va a cambiar. Es pesimista este mensaje, lo sé; pero es la verdad: nada va a cambiar. Se avecinan tiempos de crisis profunda y seguiremos estando a la cola de todo: de preferencias de los políticos; de asistencia de público a los teatros (cuando se pueda, ¿será?); de estudiantes tanto profesionales como amateurs; de patrocinadores, etc. (si es que queda algún etcétera que añadir a esto).

No ayuda que este virus maldito que nos toca sufrir tenga como especial característica para su prevención el distanciamiento social. La danza es cuerpo, es carne, es contacto, es aliento y sin todos estos ingredientes, ¿en qué quedamos convertidos los profesionales de este arte?

Quiero ser “gorrión”, como reza el bellísimo artículo de Rosa Montero en el diario El País, pero creo que ahora no somos más que humo, humo que se diluye y se convierte en nada.

Cuando haya que repartirse el pastel de las ayudas, los bailarines y profesores de danza seremos, o mejor dicho, volveremos a ser: artistas locos, gente de mal vivir, trasnochadores, degenerados, libertinos, bohemios, perseguidores de sueños imposibles a los que no les corresponden más que las migajas, si acaso.

Los bailarines, los profesores de danza seguimos siendo, a pesar de lo que la mayoría piensan, personas de carne y hueso que necesitamos un techo donde refugiarnos, comida que llevarnos a la boca, pagar las mismas facturas que el resto de los ciudadanos, los mismos impuestos. Quizás nosotros mismos —los profesionales— hayamos alimentado esa creencia de que somos diferentes porque salimos de los estándares de vida acomodada, o porque tenemos aspiraciones diferentes, pero al igual que el resto de los seres humanos tenemos que cubrir nuestras necesidades básicas.

Hemos sobrevivido a crisis de todo tipo; tenemos espíritu tenaz; capacidad de sufrimiento; pero no somos inmortales, vamos a necesitar que ayuden a este sector tan castigado.

Como colofón:

¿Los que han compartidos vídeos de hombres bailando dejarán ahora que sus hijos varones se apunten a ballet? ¿Los eruditos que han alabado el trabajo de los profesionales de la danza en estos días serán capaces de defender los intereses de nuestro sector? ¿Los programadores apostarán por la danza a la par que otros espectáculos? ¿Los legisladores contarán con profesionales que entiendan de danza para elaborar sus leyes? ¿El público en general que nunca asiste a espectáculos de danza comenzará a hacerlo ahora?¿Empezaremos a ser considerados como profesionales y no como aficionados que hacemos algo que nos entusiasma en la vida?

Pues eso.

1 comentario:

  1. Muy bien expuesto. Porque lo cierto es que en caliente todas son alabanzas y luego son de memoria flaca.

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