Loop de Aracaladanza en el Festival Fresca, Plaza de toros de Alicante, 9 de julio de 2022
Hacía años que quería asistir a
alguna representación de esta compañía madrileña, que desde 1995 y gracias al
impulso de Enrique Cabrera, ha
conseguido seguir en la brecha de la creación para público infantil y familiar. Por fin se dio la ocasión.
También hacía tiempo que no estaba, los 55 minutos que duró el espectáculo, con una sonrisa en la boca. Así es Loop, la obra que según la sinopsis de la propia compañía de danza: “es pasión por el escenario, pegamento que celebra el ansia de vida, pura diversión”.
Un público, entregado, atento, de todas las edades (qué gran felicidad ver a gente joven asistiendo a espectáculos de danza) aplaudió con entusiasmo al final. He de añadir que eché en falta a los profesionales de la danza de la zona, a los alumnos, futuros bailarines: quizás no hayan descubierto todavía que la danza es diversa y que espectáculos de calidad como este no solo entretienen, sino que forman público y que pueden ser fabulosos; que se puede ver danza contemporánea sin necesidad de sufrir grandes conmociones o verse envuelto por personajes llenos de tics compulsivos.
El espectáculo comienza, precisamente, cuando todo acaba. Una proyección de un público aplaudiendo y varios bailarines, de espaldas al público real, que saludan.
Después… después empieza la magia.
El escenario se va quedando desnudo, desposeído de todos sus aderezos para dar paso a la imaginación, a la danza y al mundo de los sueños, de los personajes maravillosos y de los objetos que bailan creando figuras insólitas y, cada tanto, impredecibles. Así, vemos cómo se pueden crear formas irreales y poéticas con telas; estructuras geométricas con gomaespumas cuadradas que bailan al compás o en canon; disfrutar del juego con una escalera; recrearse con las cintas que sirven para pegar el suelo de linóleo; bailar sobre taburetes dejando volar la imaginación al igual que el cuerpo viaja impelido por las ruedas; una coreografía con pies inquietos, reales y de plástico, que juguetean entre ellos; para terminar, después de un sinfín de creatividad, con los interminables movimientos de un grupo de bailarines que semejan a luchadores de kung fu que, con su energía, convierten la danza en estelas blancas que recorren el escenario en todas direcciones.
Todo está calculado al milímetro, bien medido en el tempo, la coordinación es encomiable entre los bailarines y los técnicos; y el uso de los objetos que se van sucediendo, todos susceptibles de encontrarse en un teatro, es imaginativo y desenfadado.
Los artistas se divierten, lo pasan bien, es evidente; y esa joie de vivre se transmite a los espectadores en cada gesto desde el inicio hasta el final. La cuestión reside también en la facilidad con la que todo está realizado; lo que revierte en beneficio del espectáculo, pues nada parece complejo aunque sepamos, los que nos dedicamos a la danza o lo hayamos hecho en algún momento, que es justo ese uno de los grandes aciertos de las buenas obras.
No es necesaria una historia, la sorpresa y la creatividad se van hilando en un perfecto tapiz que va calculando la emoción hasta terminar en un fin de fiesta lleno de energía y movimiento. Los bailarines acaban disfrutando incluso en una enorme caja de almacenamiento, bailan y ríen en compañía de unos globos y una música: la felicidad puede ser también una píldora que se sirve en pequeñas dosis.