martes, 31 de marzo de 2020

Ballet y mujer en Ana Abad Carlés, "Coreógrafas, pedagogas y directoras I"


Ahora que estamos confinados en casa y tenemos tiempo para leer, mucho tiempo, he decidido darle un tirón a este libro que empecé hace unos días. Debo reconocer que me sorprende la prosa fácil que tiene la autora, no es ello una crítica ni mucho menos, más bien un halago, pues recorres las páginas con facilidad. Ya en su primer libro, Historia del ballet y de la danza moderna, Ana Abad nos mostraba con entusiasmo y dedicación precisamente lo que reza el título de la obra, y con este nuevo volumen, una extensión de lo que fue su tesis doctoral, nos pasea por la danza con una nueva perspectiva, la de la exclusión de la mujer por diversos motivos que va desgranando. El libro está dividido en entornos geográficos por lo que el lector puede decidir consultar por separado una zona que le interese más que otra, pero he de decir que hay un hilo conductor en el discurso que se perdería, sobre todo si obviamos el entorno británico.
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Así, descubrimos cómo Marie Sallé no sólo fue una gran bailarina que desafió los cánones de la época, sino que también fue coreógrafa, y que las piezas de la gran Nijinska se “perdieron” en su mayoría, y las dos que se conservan –unas joyas- son el germen del neoclasicismo, que la historia atribuye a un varón, por supuesto. Las envidias y los celos desgraciadamente forman parte de cualquier actividad humana, también de la danza, y eso ha propiciado muchas veces el olvido premeditado, la ignorancia (en el sentido de ausencia de atención) del trabajo.
La lectura ha sido más lenta, porque me he asomado a algunas de las obras que se mencionan, invitación que hago a quien lea estas líneas, pues así se comprende mucho mejor de lo que se está hablando.
Son estas mujeres -Nina Anisínova, Agnes de Mille, Ruth Page, Mona Ingelsby, Mercedes Quintana, Marie Rambert, Janine Charrat, Andrée Howart, Ninette de Valois-, las que, a lo largo del mundo, trabajaron con dedicación y entusiasmo para crear coreografías, metodologías, para impulsar el arte que amaban a través de compañías de danza y de dar oportunidades a talentos que, en su mayoría, por ser hombres, tuvieron el camino más fácil y obtuvieron el reconocimiento que sus antecesoras o contemporáneas no gozaron.
De todas estas mujeres es quizás Alicia Alonso de la que más memoria se tiene, indudablemente su unión con el poder político y su determinación la convirtieron en un elemento imprescindible para entender la danza en Cuba.
También Vagánova o Ninette de Valois son figuras ampliamente conocidas, y con un fuerte soporte de poder detrás sin el cual no hubiesen podido continuar su labor.
Es evidente que la historia se conserva por la voluntad o no de quien la escribe, y que las coreografías se conservan o no por la voluntad de quien asume las responsabilidades artísticas de las compañías, y en eso las mujeres han sufrido una clara exclusión (a veces perpetrada por las propias mujeres) en favor de los hombres. Y, en este arte, lo que no se ve, no existe. Debido a esta ignorancia a muchos hombres se les ha atribuido novedades que ellos aprendieron, vieron o copiaron de mujeres, pero al no permanecer estas obras (de mujeres) en los repertorios, el discurso no se puede contradecir.
Interesantísima la reflexión final sobre cómo se han tratado los datos dentro de la propia investigación de danza -realizada por mujeres-; la tendencia a analizar todo lo acontecido a través del prisma male gaze (mirada masculina) anulaba a muchas mujeres que, a lo largo de la historia, sí habían realizado un trabajo creativo importante y no se habían contentado con ser ejecutantes del poder masculino: querer defender una teoría a toda costa puede, a veces, ser contraproducente.
Es por ello que se convierte en necesaria la aparición de publicaciones que, como ésta, reivindiquen el papel que la mujer tuvo en la historia de la danza no solo como intérpretes sino como generadoras de coreografías, técnicas, compañías de danza, pedagogías. Si sus obras se han perdido o están mal conservadas, al menos su recuerdo hará que no se borre del todo su existencia.
Pronunciemos sus nombres para que otras generaciones sean conscientes del camino que ya hay recorrido, pronunciemos sus nombres para que no se pierdan en el olvido.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tus comentarios y por la lectura analítica del libro. Un fuerte abrazo,
    Ana Abad Carlés

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  2. Gracia a ti por escribirlo, ha sido un placer poder leerlo. Esperemos que la historia trate a las mujeres coreógrafas, pedagogas y maestras de hoy de distinta manera.

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